Rosa Silverio y algo de la tarde





Mi tristeza

Mi tristeza es mía, única, egoísta,
con nadie quiero compartirla
y a nadie hago responsable de ella.
Es un lagarto que me observa desde el techo.
Veo su cola alargada y sus patas diminutas,
sus ojos que miran hacia ninguna parte,
su serenidad oscura y milenaria.
Mi tristeza es cosa de un momento,
de unos días, de un mes,
de un tiempo secreto y solitario,
pues cuando todos me ven sonreír
yo todavía arrullo este sentimiento sutil y delicado
que se estira como el cuello de un cisne.
Mi tristeza es una ola.
En ocasiones me derriba y me lleva mar adentro.
Yo me dejo ir... ¿Acaso tengo otra salida?
Siempre abro los brazos cuando ella viene a mi encuentro.
No le preceden huracanes, ni desgarres, ni huidas innecesarias.
Hay en mí una predisposición natural,
una voluntaria placidez ante esta forma de estar
que nadie comprende
y que no espera ser comprendida por el mundo.
Mi tristeza es un refugio en el que me arrincono
cuando naufragan los barcos y estallan explosivos.
En su seno me duermo y olvido a los peces voladores,
las lenguas de serpientes y los dragones azules.
Mi tristeza es un estanque y un pájaro.
Mi tristeza es un ancla.


Sentirse solo

Sentirse solo no es carecer de compañía.
Es algo mucho más siniestro y delicado.
Es una sensación de pájaro y agua,
entendiendo que el pájaro ha caído mar adentro
y resulta inútil pedir socorro a la bandada.
Es una línea que se resigna a su viaje solitario,
un copo de sombra perdido en la claridad.
Sentirse solo es abrir los brazos y no recibir golpes,
balas, arañazos, o un corazón abierto y vulnerable
dispuesto a sentir tu corazón.
Es una ausencia de barcos, de peces,
un naufragio, una caída, un ala rota,
una piedra que no habla
y le hace creer a todos que no siente,
pero dentro de ella...
ay, dentro de ella el llanto y la espuma,
murciélagos nocturnos,
alma de tigre y espanto,
blancura y cascada,
suave palpitación de la carne,
temblor secreto que estremece su interior.
Porque sentirse solo es más triste que estar solo.
No hay risa o caracol que disfrace esa melancolía oscura,
esa rotura en el pecho, ese vivir de los recuerdos,
de lo que pudo ser, de la pérdida.
...silencio.
Sentirse solo es más triste que una isla.

Pertenencias

A ratos siento que nada me pertenece
ni siquiera la cordura.
Todo se pierde en el beso,
en la nostalgia de los años,
en el tímido rumor de la alegría.
A ratos la canica se olvida que rodar
era su juego preferido
y se consuela en el rincón
en donde guardo todos mis enseres.
La vida dejó de correr,
olvidó que existían los propósitos
y se rindió con pesadumbre
en el paraje más cercano;
sin exigir explicaciones, sin mediar acuerdos,
simplemente se cansó de correr tras utopías.
Así se me cansaron las cosas,
los recuerdos, el cuerpo, las ideas,
y el amor pasó a ser una postal
que no logro precisar en mi memoria.
Desde entonces, a ratos pienso
que nada de lo acumulado ha sido mío
y que “tener” es un verbo demasiado inmenso
del que tan sólo conozco sus orillas,
sus bordes generales,
su inconstancia y su afán de seducción.
A ratos
este todo del que a veces presumo
se disuelve sin nostalgia y sin remedio
en el huerto que me espera
cuando nada alargue la costumbre.
Hay que ponerle un nombre a esta tristeza
Hay que ponerle un nombre a esta tristeza
hay que ponerle un corazón,
un ojo de gato o de serpiente,
hay que ponerle un vestido
tacones
maquillaje
y sacarla a pasear
emborracharla
y cogérsela en una esquina
o en un motel de mala muerte.
Hay que golpear a esta tristeza,
darle latigazos,
enseñarle quién manda,
amarrarla a un poste eléctrico
o deshojarla en una tarde de septiembre.
Hay que saber que el mundo
es una telaraña o una sombra ancha
dispuesta a devorarlo todo,
a tragárselo todo de una bocanada
o de un zarpazo.
Hay que entender que las cosas
tienen un lugar geográfico, un nombre,
una textura exacta y una forma
y que dentro de esas cosas
está desnuda y en silencio
la tristeza,
como una corriente de aire frío
o el mar cuando se han dormido las olas,
como un conuco solitario,
un rancho de tabaco a oscuras
o Matanzas a las cinco de la tarde.
Hay que saber que la tristeza existe
como existe la casa, la tacita de té,
el reloj, el árbol, los recuerdos
o la fotografía de mi abuela
con una blusa llena de pájaros blancos
y una mirada que me hace recordar
a todos los muertos que ha tenido que llorar
mi pobre abuela.
Hay que saber que la tristeza no sólo existe
sino que también tiene su espacio,
su rincón en el interior de cada cosa,
su propia coloratura, sus exigencias
e incluso sus horarios
y que a veces uno se cansa,
se harta de tanta mansedumbre,
de tumbarse en una cama,
de tomarse un frasco de pastillas,
de pensar en sogas, en puentes
o en desahogos sentimentales,
y de repente uno se levanta
y dice coño
y decide cambiar el orden del mundo,
ponerle un nombre a la tristeza,
etiquetarla,
mandarla a la mierda,
y seguir hacia delante,
siempre adelante,
como el que va en un tren
o en un motoconcho,
aunque el vacío siga en el lugar de siempre,
aunque nada sea como antes,
aunque el amanecer no sea luminoso,
aunque la tristeza jamás desaparezca.

 Rosa Silverio



Hoy la ciudad es una máquina de repeticiones con recuerdos que abrazan, un agujero pequeñito donde cabe todo el silencio de la tarde.  Éste montón de palabras inútiles. El palpitar interno que no sé cómo escribir. El amor que existe sin pedir permiso. La búsqueda insistente y la urgencia de tu voz. Digo tristeza, pero no es eso. Es quizás la hora, el lugar, el olor de las cosas y nada más.


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